19 de marzo de 2014

Todo estaba listo. Juan Barba.



Los balanceos del bote anclado a orillas de la bahía aparentaba esquivar las pequeñas crestas de las suaves olas; esperaba a que uno de sus tres hombres a bordo, subiera el ancla para salir a navegar, a jugar con las grandes olas a mar abierto, era su fantasía y lo esperaba días y noches con los vaivenes de las mareas, a que ello sucediera. Estaba a punto…: pintado de verde  y blanco como la bandera de Andalucía, e incluso los remos  limpios y rascados de moho y óxido, las redes y  velas bien cosidas....   Era Juan un hombre muy apañado que se dedicaba a dejarlo en perfectas condiciones de conservación. Recibía de su jefe un gaje que le servía para su tabaco y algún que otro vino que se tomaba en el bar con los amigos. Estaba sentado en un rollo de maroma con uno de sus cigarros liado entre los dedos; no se consumía solo, sino que chupada tras chupada le sacaba suavemente todo lo que podía exhalar; la mirada perdida y puesta en las luces del pueblo que desaparecían  una tras otra como una orden pasada por un vigía. Amanecía Era él y una brillante estela de luz asomaba por encima del pueblo. En el borde del puerto, las mujeres y sus hijos esperaban para mandarles  el amargo adiós. Mientras que Juan meditaba  una y otra vez y con pena, la situación de su pequeña familia y de  la conversación de esa misma mañana con su mujer, de nuevo embarazad. Ya tenían un niño de tres años.
--¡No sé qué vamos a hacer Juan, con otra boca más que alimentar!
--¡Yo tampoco cariño! Cada vez que salimos a pescar se trae menos kilos de lo que se puede y somos tres, de manera que el Jefe tiene que hacer muchos  números para poder seguir tirando.
--¡Sí tirando, y tu familia empujando!
--¿Y qué quiere que haga Manuela? ¡Los trabajos escasean! 
--Lo sé, pero si queremos tener una familia en condiciones tendremos que buscar algo más.
No pasó mucho rato en el que a lo lejos, los puntitos de las lámparas de las casas, se perdieron en el horizonte y la estela incandescente que formaba en la noche desapareció de la Bahía, dándole paso a los rayos de sol.
--Vámonos; es la hora - la voz del Jefe colocó a Juan en la realidad-  antes de que amnezca.
         Antes de salir les dieron el adiós  a sus familias y un tanto hicieron ellas. Los tres y al unísono se pusieron manos a la obra.
         Izaron las velas y agarrados a los remos, navegaron hacia el mar abierto, eligieron un sitio por intuición y echaron las redes; pasaban los minutos, las horas, y llegó el mediodía. Comieron. Después de la comida el Jefe saco de la bolsa un termo con café caliente que les supo a gloria, en alta mar siempre hace más frío.  Juan se lió un cigarrillo y preguntó al Jefe si iban a sacar las redes, no hubo contestación, miro a Pedro y éste se encogió los hombros. Empezaba a oscurecer los últimos rayos de sol desaparecieron. Juan no se dio cuenta que la luna estaba frente a ellos y según avanzaba la noche su reflejo en el agua, formaba un río de estrellas; de pronto se dieron cuenta que el tiempo cambiaba y las olas cada vez venían más grandes. De nuevo la voz del Jefe les hizo despertar.
--Está bien, saquemos las redes.
Entre Pedro y Juan empezaron a tirar de ellas pero no podían, el Jefe tuvo que aportar su fuerza para poder sacar la bolsa de peces que abultaba muchísimo más que ningún otro día. No se lo podían creer, era una pesca impresionante. El Jefe comento:
--Sería lo suyo  si pudiéramos pasar inadvertidos de la Guardia Civil - dijo enfandado .
 Los tres entrecruzaron miradas sin hacer algún comentario, pero Juan, mientras encajaba los pescados, le daba vueltas al hecho de que los guardias les quitaran lo que habían ganado con sus propias manos, y por otro lado pensaba que no iban a tener tan mala suerte.
         Izaron las velas y la brisa de la noche los empujaba hacia la bahía. Estaban contentos a medias y por lo menos hasta que vendieran la pesca, no lo estarían del todo “era cuestión de suerte” aunque tenían a favor que volvían más tarde de lo común, normalmente veían la Bahía al atardecer con pesca o sin ella.
         A lo lejos se divisaba la estela de luz que formaban las luce de las casas. De alguna manera se les notaba un poco inquietos, tenían ganas de llegar pero por otro lado, temían a los guardias. Poco a poco, Juan en un remo y Pedro en otro, sin ruidos  y sin luces que los delataran, llegaron hasta el sitio de salida y echaron el ancla. No se veía un alma.
--¡No hay moros en la costa! Vamos a tratar de hacerlo lo más rápido posible antes que alguien dé el chivatazo -comentó el Jefe.  
         Recogieron y taparon todo lo que suponían pudiera delatar cualquier indicio de una gran pesca. Subieron las seis cajas de pescado bien repleta al muelle y una tras otra, las iban metiendo en el coche del Jefe que rápidamente, dio un giro a la llave de contacto y el motor se puso en marcha.
         Todo estaba saliendo bien, pero aun no habían salido del puerto cuando unas luces de colores rojas y azules reflejaban en el retrovisor interior. El Jefe quiso acelerar pero Pedro dijo que no era buena idea, que mejor sería intentar el dialogo. No solo requisaron todas las cajas sino que además le pusieron una multa al Jefe y la prohibición de pescar por un tiempo.
         Apenado, triste y con las manos en los bolsillos Juan se encaminó al bar de costumbre a tomar unos vinos; no quería contar a Manuela lo que había pasado. Mientras se acercaba a la barra se quitó la gorra, y la manga de la chaqueta le sirvió para limpiarse las gotitas que asomaban por su nariz, que se dejaron sentir por el frío que había pasado en el mar.
--Buenas noches.
--¿Un vino, Juan?
--¡Claro! ¿Para qué crees que vengo aquí?
--¿Pasa algo?
--¡La vida que es muy dura!
El vaso con vino fino, lo apuró de un trago.
--¿Te lo puedo pagar mañana?
--¡Claro hombre!
         Camino de su casa se lió un nuevo cigarrillo. Manuela que estaba en la puerta lo vio acercarse fumando, con  su gorra calada hasta las orejas y meditabundo.
-- Hola Manuela.
--Mírame a la cara Juan. ¿Qué es lo que ha pasado?
-- La Guardia Civil nos ha pillado, lo siento cariño
Juan se lo contó todo.
-- No lo sientas Juan, y no te preocupes que no hay mal que por bien no venga. Juan abrió los párpados para entender a su mujer. Seguía mirándola a los ojos. Ha venido a vernos mi tía y me preguntó si estabas dispuesto a trabajar como ayudante de mi tío en su pescadería, el no está bien de salud y no tiene a ningún familiar más cercano.
         A la mañana siguiente en el portal de su casa, Manuela despedía a Juan y él con la mano puesta en la barriga de su mujer y con una sonrisa en su boca, se alejó camino de su nuevo trabajo.
Dos días después Juan entró en su bar y se sorprendió al ver a su Jefe y a Pedro que estaban charlando en la barra.
--Buenas noches
--¿Un vino Juan?
--Si y le pones lo que quieran a estos dos amigos.
--Hola Juan. “Dijo Pedro” Enhorabuena por el nuevo trabajo.
--Hola hombre. “Dijo el jefe” Eso, enhorabuena.
-- Muchas gracias. ¿Qué pasó con la denuncia? “Le preguntó al Jefe”.
--Bueno, no ha llegado sangre al río y pronto volveremos a pescar. De manera que el día que pueda hacerlo te llamaré por si puedes venir.
--Claro que sí, cuente conmigo, que si puedo iré.
--¡Ah! Otra cosa. Si te interesa seguir el mantenimiento del bote puedes seguir con ello. Ya estaremos en contacto.
Apuraron los vinos después del brindis. El Jefe no permitió que pagara Juan.
--Bueno, que haya suerte y muchas gracias por todo. “Dijo Juan”
--Adiós
El Jefe y Pedro les dijeron adiós.
Esta vez no se hizo un cigarrillo, sino que salió del bar muy ligero para contar a Manuela lo sucedido. Y en voz baja exclamó:
 ¡mi Manuela se pondrá contenta!



       

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario